Carmen López Riquelme, miembro de la Asociación de Esclerodermia de Madrid, no imaginó jamás que su recorrido vital, marcado por una enfermedad rara y desconocida para muchos, la llevaría hasta el corazón del Vaticano. Fue en 2014, durante el III Congreso Internacional de Esclerodermia celebrado en Roma, cuando vivió uno de los momentos más intensos y espirituales de su vida.
«Nunca pensé que la Esclerodermia me llevaría al Vaticano», confiesa Carmen, con una serenidad que nace de la emoción vivida. Aunque reconoce no ser una persona practicante, algo cambió ese día en la Plaza de San Pedro. “No voy a misa, pero creo en el Amor a los demás, y eso fue lo que sentí cuando el Papa Francisco me tomó la mano”, explica.
La jornada comenzó con nervios. Carmen, junto a otras compañeras afectadas por la enfermedad, accedió por una de las puertas laterales del Vaticano. Al entrar, una sorpresa simbólica: el Renault 4L del Papa Francisco, idéntico al que ella ha usado durante años. “Ese coche me hizo muy feliz. Me recordó tantas cosas que he vivido… Fue como un pequeño guiño divino”.
Ya en el interior, el grupo fue situado en el altar principal, en la zona reservada para personas enfermas. “Estábamos rodeadas por los sacramentos vivos: bautismos, matrimonios, sacerdotes, religiosas… Era como ver la Iglesia abierta de par en par, acogedora y viva”.
Aquel día el cielo se sumó a la ceremonia, con chaparrones intermitentes que, lejos de empañar el ambiente, intensificaron la experiencia. Pero el momento culminante llegó cuando el Papa Francisco se acercó a su grupo, compartiendo unos sorbos de mate con un grupo de argentinos antes de extender su mano a Carmen. “Cuando me tocó, sentí una emoción tan profunda que no se puede explicar. Era ternura, era compasión, era amor de verdad”.
Dos compañeras con la enfermedad en estado muy avanzado, ambas en silla de ruedas, recibieron también el abrazo del pontífice. “Les habló, las abrazó con dulzura. Lloramos todas, porque no era un gesto protocolario. Era un acto de fe hecha carne, de esperanza hecha abrazo”.
Carmen quiere que su testimonio llegue especialmente a los católicos de base, a quienes viven su fe en lo cotidiano y en el compromiso con los más débiles. “El Papa nos recordó que no hace falta estar en los bancos de una iglesia todos los domingos para entender el mensaje de Jesús. Basta con vivir el amor y la compasión cada día”.
Desde la Asociación de Esclerodermia de Madrid, Carmen subraya la importancia de visibilizar esta enfermedad y el valor de los gestos que dignifican a quienes la padecen. “Ese día no sólo vimos a un Papa, vimos a un ser humano que nos miró como iguales. Y eso, en un mundo que nos margina tantas veces por estar enfermas, fue el mayor de los milagros”.