Inmigración: el síntoma de una enfermedad global

0
0
Google search engine

Un mundo en movimiento

«El fenómeno migratorio no se limita únicamente a África o Europa; se trata, en realidad, de una inmigración global que afecta a todas las regiones del mundo. Desde Asia hasta América Latina, desde el Medio Oriente hasta África, millones de personas se desplazan en busca de seguridad, oportunidades o un futuro más digno. Este movimiento humano tiene sus destinos principales en Europa y Estados Unidos, donde los flujos migratorios se enfrentan a barreras físicas y simbólicas, como los muros de Melilla en el Mediterráneo o el muro fronterizo entre Estados Unidos y México, que se han convertido en emblemas visibles de las tensiones y desigualdades del mundo contemporáneo


Inmigración: el síntoma de una enfermedad global

Por Momen

La inmigración no es una crisis africana ni europea: es el reflejo de una enfermedad global. Desde el Sahel hasta Centroamérica, desde Siria hasta Haití, millones de seres humanos cruzan mares y desiertos huyendo de la miseria, la guerra o la falta de futuro. No emigran por deseo, sino por necesidad.

Hoy, los flujos migratorios hacia Europa y Estados Unidos son solo la punta visible de un iceberg que hunde sus raíces en un orden mundial profundamente injusto. Los muros de Melilla y Marruecos, o el que separa Estados Unidos de México, no son fronteras: son cicatrices del sistema que hemos construido.

La raíz del problema

La inmigración no es la causa, sino el síntoma. Su origen está en la desigualdad estructural, en la explotación sistemática de los recursos del Sur por parte de los países del Norte. Mientras las potencias occidentales sigan vendiendo armas, apoyando dictaduras en África y Oriente Medio, y saqueando recursos naturales, millones de personas seguirán huyendo.

El mundo desarrollado se escandaliza ante las pateras, pero calla cuando se firman contratos con regímenes represivos. Habla de “valores democráticos”, pero negocia con quienes los pisotean. Predica la paz mientras aumenta la exportación de armas. Esa es la verdadera hipocresía internacional.

Una solución posible, pero ignorada

Las soluciones existen, pero requieren voluntad política y coraje moral:

  • Dejar de explotar los recursos ajenos. Frenar a las multinacionales que saquean minerales en África o acaparan tierras agrícolas en latino América.

  • Presionar por regímenes democráticos. Basta de sostener dictaduras a cambio de “estabilidad” o contratos energéticos.

  • Boicot al comercio de armas. No se puede hablar de derechos humanos mientras se lucran los arsenales.

  • Apoyar a los verdaderos demócratas. Dar voz y protección a quienes luchan por la libertad en sus países, no a quienes los oprimen.

Nada de esto es utópico. Lo utópico es creer que los muros detendrán a quien huye del hambre o de la guerra.

La hipocresía de Occidente

Occidente proclama los derechos humanos mientras financia sus violaciones. Se indigna ante las llegadas masivas, pero olvida que detrás de cada migrante hay una historia de expolio, armas y silencio cómplice. La extrema derecha promete cerrar fronteras, pero ninguna alambrada detendrá la desesperación.

El verdadero dilema no es cómo frenar la inmigración, sino cómo sanar el mundo que la provoca. Mientras se mantenga un sistema que concentra la riqueza en pocas manos y condena al resto a la miseria, los flujos migratorios serán inevitables.

Conclusión: el espejo de nuestra humanidad

Cada barco que naufraga frente a Canarias, Cada cuerpo que el mar devuelve, cada niño que llega sin familia, es un espejo que refleja nuestra indiferencia colectiva.

En los últimos días, más de 2.000 personas han alcanzado las costas canarias huyendo de estados fallidos donde dictaduras —muchas de ellas respaldadas por Occidente— perpetúan el sufrimiento.

La tragedia del Tarajal, donde 23 migrantes murieron en 2021 frente a Ceuta por disparos de pelotas de goma y la pasividad de los servicios de rescate, no fue un accidente: fue la consecuencia lógica de una política que prefiere gestionar cadáveres antes que cambiar las reglas.

Mientras España destina millones a “control fronterizo” con Marruecos, ese mismo país —beneficiario de ayudas europeas— mantiene campos de detención en el Sáhara, donde se denuncian torturas y violaciones, según Amnesty International.

No son “ilegales”. Son el reflejo de nuestras contradicciones.
Son quienes mueren en el Mediterráneo mientras Europa debate cuotas.
Son el resultado final de un mundo que levanta vallas más altas antes que mirar al otro lado para entender por qué tantos intentan cruzarlas.

Hasta que comprendamos que la verdadera frontera no está en el mar, sino en la distribución injusta de la riqueza y la dignidad, seguiremos contando muertos mientras fingimos sorpresa.

Porque, al final, la prosperidad de unos seguirá siendo la miseria de otros.

MOMEN

Para ampliar información

Google search engine