Escrito por Manel Aparicio
Hay algo profundamente medieval en algunos ayuntamientos gobernados, ya sea en coalición o por separado, por PP y VOX: una obsesión malsana por resolverlo todo a base de ruido, plomo y testosterona mal digerida. Lo último: matar cotorras argentinas a escopetazo limpio en pleno parque urbano, como si fueran criminales al acecho, cuando en realidad solo están haciendo lo que cualquier otro ser vivo: existir.
Sí, han leído bien. En una ciudad española, se ha decidido abrir fuego —literalmente— contra unas aves que, al parecer, molestan. ¿Y qué hacen para merecer la pena de muerte? Hacer ruido. Pío, pío. Eso es todo. No invaden casas. No atacan a nadie. No lanzan discursos de odio ni roban presupuestos. Pero claro, hacen ruido. Y eso, para estos sheriffs de saldo, ya es razón suficiente para sacar las armas.
¿Dónde? En un parque. ¿Cuándo? Con niños y niñas jugando al lado. ¿Cómo? Con dinero público. ¿Cuánto? 30.000 euros al año. Y mientras tanto, se cierran servicios, se recortan ayudas, y se abandona la cultura, la sanidad municipal o el transporte público. Pero oye, eso sí: cotorras, ni una.
Es grotesco, pero también revelador. Esta gente no gobierna, dispara. No gestiona, posa con la escopeta al hombro. No busca soluciones, monta espectáculos de testosterona con fondo de parque infantil. Si algo molesta, se elimina. Si algo hace ruido, se mata. Si alguien protesta, se le llama radical. Así se construye el nuevo orden ultraderechista: con pólvora y propaganda, a partes iguales.
Y lo más delirante es que esta masacre no sirve para nada. Los expertos lo han explicado hasta la saciedad: matar cotorras solo abre el espacio a nuevas colonias. Se llama efecto nicho vacío. Pero claro, para entender eso habría que leer, escuchar o pensar. Y en estos ayuntamientos, pensar se ha convertido en actividad subversiva. La caza, en cambio, da votos.
¿Que existen métodos no letales, éticos y eficaces? Sí, los hay. Esterilización, punción de huevos, control biológico. Pero no dan titulares. No permiten salir en prensa como el valiente que «acabó con la plaga». No permiten jugar a John Wayne, como aquel del safari en Botsuana, con dinero público. Así que se ignoran.
Y todo esto para solucionar lo que nosotros mismos provocamos: la expansión de estas aves no es culpa suya, sino de nuestra estupidez. Las trajimos como mascotas. Las abandonamos. Y ahora, para limpiar nuestras cagadas, decidimos matarlas. Así funciona el ecosistema humano. Hacemos el desastre y luego exigimos sacrificios ajenos.
Es una metáfora perfecta del momento político que vivimos: los incompetentes matan lo que no entienden, desprecian lo que no controlan, y desatan su frustración con violencia. Si pudieran, dispararían también contra la disidencia, contra las voces críticas, contra cualquiera que les recuerde que no todo se resuelve a tiros.
Así que, mientras los pájaros caen del cielo, y los niños miran sin saber si están viendo una cacería o una gestión municipal, solo queda repetir, con la bilis a punto de subir por la garganta, esa frase que ya huele a resignación colectiva:
“A disfrutar de lo votado.”
Con pólvora, sangre y un presupuesto hecho trizas.