La ciudadanía europea frente a la sombra de la extrema derecha: volver a Caracalla.
La extrema derecha europea agita hoy un discurso de miedo, pureza y exclusión. Habla de “identidad nacional”, de “sangre y suelo”, de levantar muros y devolver a los pueblos a la cárcel de sus fronteras. Pero este discurso no solo es reaccionario: es también antihistórico. Porque la verdadera raíz de la ciudadanía en Europa no está en la exclusión, sino en la universalidad proclamada por el Imperio romano bajo el gobierno de un emperador que encarnaba la diversidad: Caracalla.
La lección de Caracalla
En el año 212, Marco Aurelio Severo Antonino, hijo de un emperador bereber de Leptis Magna (actual Libia) y de una madre siria, nacido en la Galia, decretó con la Constitutio Antoniniana que todos los hombres libres del imperio eran ciudadanos romanos. Ese gesto rompió las jerarquías étnicas y territoriales que habían marcado durante siglos a Roma.
Caracalla fue un símbolo vivo de lo que los racistas de hoy odian y temen: un líder mestizo, forjado en las periferias, que comprendió que el poder no podía sostenerse en la exclusión, sino en la integración.
Contra el mito de la pureza
La extrema derecha sueña con una Europa blanca, homogénea, cerrada sobre sí misma. Pero esa visión no es solo injusta: es falsa. Desde su origen, Europa fue un espacio de mezcla. El Imperio romano no habría existido sin los pueblos africanos, asiáticos y mediterráneos que lo formaron. El cristianismo que hoy muchos levantan como bandera nació en Palestina, no en París ni en Viena.
El mestizaje cultural, lingüístico y humano está en la raíz de nuestra historia. Negarlo es negar a Europa misma.
La ciudadanía como arma de emancipación
El edicto de Caracalla nos recuerda que la ciudadanía no pertenece a una raza ni a una nación. Es una construcción política que, cuando se abre a todos, tiene la fuerza de desarmar a los mercaderes del odio.
Hoy, la ciudadanía europea debería ser el escudo contra el racismo y la xenofobia. No basta con dejar que exista como un derecho técnico; debe convertirse en un proyecto político universalista, capaz de integrar, proteger y dignificar a todos los que habitan este continente, independientemente de su origen.
Universalismo contra barbarie
El discurso de la extrema derecha no es “nuevo realismo”. Es la repetición de viejas barbaries que Europa ya conoció: el fascismo, el nazismo, los genocidios. Su idea de ciudadanía basada en la exclusión étnica o cultural es un retroceso que nos empuja hacia los abismos del pasado.
Frente a ese veneno, la memoria de Caracalla nos ofrece un arma filosófica y política: la universalidad como principio. La ciudadanía no debe ser privilegio de unos pocos, sino horizonte de todos.
Recordemos entonces: fue un emperador bereber, hijo de una siria y nacido en tierra gala, quien proclamó la universalidad de la ciudadanía romana. Frente a los racistas de hoy, ese gesto histórico resuena como una bofetada.
Europa no nació blanca, ni pura, ni cerrada. Europa nació plural, mestiza, universal. Y si quiere tener futuro, debe rechazar la ideología de la extrema derecha y reivindicar, con fuerza militante, la herencia de Caracalla: una ciudadanía sin fronteras, abierta, común.
M.(MOMEN)