Hiroshima y Nagasaki: El crimen atómico que Estados Unidos quiere que olvidemos

Ochenta años después, el mundo sigue repitiendo la versión del vencedor mientras se silencia la verdad de uno de los mayores crímenes contra la humanidad: la masacre atómica que marcó el inicio del dominio nuclear de EE.UU. y el sometimiento cultural de Japón

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El 6 y 9 de agosto de 1945, Estados Unidos lanzó dos bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, matando a más de 200,000 civiles de inmediato y condenando a generaciones futuras a sufrir malformaciones, cáncer y un trauma histórico sin precedentes.

Sin embargo, cada aniversario, el relato occidental —especialmente el estadounidense— insiste en presentar el acto como una “necesidad trágica” para terminar la guerra, borrando deliberadamente la inhumanidad del crimen y la intención real detrás del ataque: someter al pueblo japonés y romper su espíritu.

El mito de la “necesidad militar”: Una excusa para el terror

La narrativa oficial estadounidense justifica los bombardeos argumentando que “salvaron vidas al evitar una invasión terrestre”.
Pero documentos desclasificados y testimonios de altos mandos militares de la época, incluido el almirante William Leahy (jefe del Estado Mayor de Truman), revelan que Japón ya estaba buscando rendirse bajo condiciones similares a las finalmente aceptadas en septiembre de 1945.

  • El informe de la Inteligencia Militar de EE.UU. (1945) señalaba que Japón no tenía capacidad para continuar la guerra.

  • El emperador Hirohito había intentado negociar la paz a través de la URSS meses antes de los bombardeos.

  • El propio general Eisenhower criticó la decisión: “No era necesario golpearlos con esa cosa horrible”.

Estados Unidos sabía que Japón estaba derrotado, pero eligió el horror atómico por tres razones ocultas:

  1. Demostrar su poderío a la URSS en los albores de la Guerra Fría.

  2. Experimentar con seres humanos: estudiar los efectos de la radiación en una población real (como confirmaron informes como el Atomic Bomb Casualty Commission).

  3. Humillar a Japón: quebrar su identidad nacional y asegurar su sumisión total bajo ocupación estadounidense.

La domesticación cultural: De víctimas a aliados silenciosos

Tras la ocupación (1945–1952), EE.UU. no solo desmilitarizó Japón, sino que reescribió su historia:

  • Censuró libros de texto para minimizar el sufrimiento causado por las bombas.

  • Promovió una narrativa de “reconciliación” que equiparaba el militarismo japonés con los crímenes de EE.UU., como si ambos fueran iguales.

  • Convirtió a Japón en un “aliado dócil”: hoy, bases militares estadounidenses ocupan su territorio, y su constitución —redactada por Washington— les prohíbe tener un ejército soberano.

El resultado es una sociedad desmemoriada:

  • En las escuelas japonesas, se enseña más sobre los “crímenes de guerra japoneses” (como Nankín) que sobre los 200,000 asesinados por EE.UU. en segundos.

  • Los medios evitan criticar a EE.UU., y figuras públicas que lo hacen son tachadas de “radicales”.

  • El gobierno japonés ni siquiera exige una disculpa oficial por las bombas, mientras sí pide perdón constantemente por sus propias acciones pasadas.

Hiroshima hoy: Un monumento al olvido

Cada año, las conmemoraciones en Hiroshima y Nagasaki se centran en un “nunca más” genérico, pero nunca señalan al agresor.

El Museo de la Paz de Hiroshima, por ejemplo, habla de “la tragedia de la guerra” sin mencionar que EE.UU. eligió blancos civiles (ninguna bomba cayó sobre instalaciones militares clave).

Mientras, en EE.UU.:

  • Se glorifica el «Enola Gay» (avión que lanzó la bomba) en museos.

  • Hollywood produce películas donde los pilotos son “héroes atormentados” (como Oppenheimer, que evitó mostrar imágenes de las víctimas japonesas).

  • Los presidentes visitan Hiroshima (como Obama en 2016), pero nunca piden perdón.

Conclusión: Un crimen de guerra sin justicia

Estados Unidos no solo cometió un acto de terrorismo de Estado en 1945, sino que ha trabajado décadas para:

  1. Borrar su responsabilidad mediante narrativas históricas manipuladas.

  2. Convertir a Japón en un títere geopolítico, incapaz de desafiar a su verdugo.

  3. Normalizar la violencia nuclear: si el único país que usó armas atómicas sigue sin asumir su culpa, ¿qué impide que lo repita?

Hoy, mientras jóvenes japoneses ignoran quién destruyó sus ciudades, y el mundo repite el relato estadounidense, Hiroshima sigue siendo la prueba de que los crímenes de los poderosos se borran con silencio y complicidad.

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