Durante décadas, las democracias liberales de Europa fueron percibidas como un referente moral en la defensa de los derechos humanos, un continente que, más allá de los intereses económicos, trataba de mantener una cierta integridad ética en la escena internacional. Sin embargo, esa imagen se desvanece rápidamente. Las decisiones —o más bien, las omisiones— recientes de las instituciones europeas reflejan un cambio de rumbo que avergüenza a buena parte de su ciudadanía.
La actitud de la Unión Europea y de la Unión Europea de Radiodifusión (UER) ante la situación de Palestina y, en concreto, ante la participación de Israel en el Festival de Eurovisión, ha vuelto a poner de manifiesto esa falta de coherencia. Mientras que en 2022 la UER excluyó sin vacilaciones a la televisión pública rusa por su alineamiento con el gobierno de Vladimir Putin, ahora justifica la inclusión de Israel alegando una supuesta independencia de su emisora pública, KAN, respecto a su gobierno. Un argumento ampliamente desmontado por organizaciones como RESCOP, que han documentado más de un centenar de ejemplos en los que KAN ha blanqueado o justificado las políticas israelíes contra el pueblo palestino.
A pesar de las crecientes voces que exigen coherencia, las instituciones europeas no han actuado. Sólo 26 eurodiputados de 11 países enviaron el pasado 26 de abril una carta a la UER pidiendo la exclusión de Israel del certamen, y hasta la fecha, 79 artistas —entre ellos el portugués Salvador Sobral— han suscrito un manifiesto en la misma línea. También algunas televisiones públicas, como RTVE (España), y las de Irlanda, Eslovenia, Islandia y Bélgica, han pedido abrir un debate. Sin embargo, las presiones siguen siendo tímidas y las respuestas, aún más.
El doble rasero europeo también se evidencia en el ámbito deportivo. Mientras los equipos rusos han sido vetados de competiciones internacionales, las formaciones israelíes siguen participando con normalidad. El equipo de baloncesto Maccabi de Tel Aviv, por ejemplo, ha disputado sus partidos europeos en Belgrado, lejos del conflicto, sin restricción alguna.
La imagen de Benjamin Netanyahu recorriendo Europa impunemente, a pesar de estar sujeto a una orden de detención por parte del Tribunal Penal Internacional, sería impensable hace apenas una década. Hoy es una realidad, incluso cuando visita países miembros de la UE como Hungría, sin que haya consecuencias diplomáticas ni políticas.
Este giro ético y político no es menor. Es reflejo de una Europa que ha dejado de mirar por los pueblos perseguidos —kurdos, armenios, indígenas, palestinos— y ha optado por ponerse del lado del más fuerte. El interés económico y la geopolítica han sustituido al compromiso con los derechos humanos.
Muchos ciudadanos y ciudadanas europeas no se reconocen ya en esta Europa que se desvincula del espíritu fundacional de integración, paz y justicia. Y hoy, más que nunca, se hacen necesarias voces que reclamen una Europa distinta: una Europa que recupere su dignidad y su coherencia. Porque para esto, no entramos en Europa.